26.6.06

Con el golpe a Illia nació un nuevo tipo de dictadura


Por César Tcach
Politólogo, Investigador CONICET y Director Maestría en Partidos Políticos (Universidad de Córdoba)

¿Cuáles fueron las causas del golpe militar del 28 de junio de 1966 que derrocó a Arturo Illia? No fue el correlato de crisis económica alguna; el producto bruto interno crecía a un ritmo cercano al 8% anual. El propio Mariano Grondona lo reconocía el 2 de agosto en su revista Comentarios, al señalar que se trataba de una "Revolución espiritual" en medio de grandes cosechas y una relativa bonanza económica. Lejos de la mediocridad, "el más occidental y menos subdesarrollado de los países del continente" tendría una misión: conducir a América latina "fuera" del mundo subdesarrollado e incorporarla de pleno derecho al mundo occidental.

Desde esta mirada, se hacía imperativo un "cambio de estructuras" cuya clave era el "pase a retiro" de la antigua clase política. En reemplazo de esa perimida dirigencia política, irrumpiría una nueva elite compuesta por técnicos, militares y hombres de empresa. Este punto de vista era compartido por el comandante del primer cuerpo de Ejército, general Julio Alzogaray, quien —de acuerdo a un documento de la CIA fechado el 1º de junio— habría informado a la inteligencia norteamericana que el inminente nuevo gobierno se proponía disolver todos los partidos políticos y establecer regulaciones específicas para la formación de otros nuevos. Alzogaray les comunicó, además, que los objetivos eran neutralizar las actividades comunistas, hacer de la Argentina un aliado activo de los países occidentales, recuperar la confianza de los inversores extranjeros y fortalecer las relaciones con los EE.UU.

Por cierto, existía una amplia brecha entre lo que el general Alzogaray decía en privado a los funcionarios norteamericanos y lo que decía en público. Poco tiempo antes, había sostenido en Santa Rosa de La Pampa que los golpes militares eran "cosa del pasado", una "etapa cerrada" de la historia argentina. En la madrugada del golpe se ocupó personalmente de desalojar a Arturo Illia de su despacho en la Casa Rosada.

Los propósitos desestabilizadores contaron con el beneplácito de la XXII Asamblea de ACIEL (Acción Coordinadora de Instituciones Empresariales Libres), entidad que agrupaba a los grandes empresarios nacio nales y extranjeros. En la primera semana de junio expresó en una declaración que el gobierno favorecía la actividad disolvente de grupos minoritarios que incitaban a la ocupación de fábricas y universidades; abriendo las puertas a un proceso que favorecía "la propagación de ideas extremistas que propugnan, directa o indirectamente, la implantación del colectivismo". Poco tiempo después, la Sociedad Rural se referirá al Onganiato en una terminología que no dejaba lugar a dudas: "nuestro gobierno".

Sin embargo, el golpe militar contó con una red de complicidades en la sociedad civil que excedía con holgura los límites de los grandes grupos de poder económico. Un informe de la CIA fechado el 3 de junio informó que el sindicalismo vandorista había establecido contactos con los militares y resuelto no oponerse al golpe. No era de extrañar.

En el terreno sindical, Illia intentó modificar la ley de asociaciones profesionales: el manejo de los fondos se repartiría, de acuerdo con esa iniciativa, entre la central, la Federación provincial y el sindicato de base. Se estipulaba, asimismo, la participación de las minorías en las direcciones gremiales. Esta iniciativa enfureció a la burocracia sindical peronista. Pero su práctica desestabilizadora hundía sus raíces en los propios inicios de la gestión presidencial.

Los dirigentes sindicales nunca dejaron de concebir las elecciones de julio de 1963 en términos de "farsa electoral". El cuestionamiento a la legitimidad de origen del gobierno nacional se realizaba en clave antiliberal: el radicalismo expresaba un orden liberal y partidocrático destinado a ser reemplazado por otro capaz de expresar a los verdaderos actores de la comunidad nacional, como los sindicatos, el Ejército y la Iglesia.

Vandor, elogiado sospechosamente por la revista Confirmado, no se sonrojaba al señalar que las Fuerzas Armadas sentían las inquietudes del pueblo y de la CGT. Con mayor precisión, Juan José Taccone, máximo dirigente de Luz y Fuerza en Capital Federal, sintetizaba: "La clase obrera debe integrarse al resto de los sectores nacionales, de los que no excluimos, por supuesto, a la Iglesia o al Ejército. No debemos perder contacto con empresarios industriales (...) estamos en la búsqueda de una síntesis nacional". El lugar de privilegio que los sectores corporativos —"factores de poder", en el lenguaje de la época— debían tener en la toma de decisiones formaba parte de un imaginario que renegaba de los partidos y el Parlamento.

El impacto de las tendencias desestabilizadoras fue potenciado por el comportamiento de los propios partidos políticos, y en especial, de la oposición parlamentaria. Los bloques legislativos vetaron el tratamiento del presupuesto nacional para el año 1966. Ante la negativa, en abril de ese año el presidente Illia envío un mensaje al Parlamento, en el que reiteraba la necesidad de su urgente tratamiento, al tiempo que el propio ministro de Defensa, Leopoldo Suárez, acusaba al Congreso de presionar al país. Como respuesta, siete bloques —PJ, UCRI, MID, PDP, PDC, PSA y Alianza Misionera— elaboraron un despacho conjunto que ratificaba la negativa y postulaba la prórroga del presupuesto del año anterior, como norma de emergencia. Al veto del proyecto de presupuesto 1966 (cuando se dio el golpe de Onganía aún no había sido aprobado) se añadió el rechazo al proyecto de reformas impositivas con las que el gobierno pretendía hacer frente a las demandas del sector educativo.

En los hechos, los partidos operaban en contra del sistema de partidos y desprestigiaban con su accionar la institución parlamentaria. Su dudosa responsabilidad cívica alimentó la convicción militar de ser protagonistas de una época cuyos dos rasgos más sobresalientes eran la decadencia nacional y la guerra interna. Al calor de esas creencias, el gobierno de Onganía reemplazó el antiperonismo por el antipartidismo generalizado e inició la era de las dictaduras soberanas y fundacionales, es decir, de un tipo de régimen militar que lejos de limitarse a reemplazar las instituciones de un modo provisorio (como fueron los anteriores golpes militares), se proponía la fundación de un nuevo ciclo histórico.

César Tcach es autor del libro "Arturo Illia, un sueño breve. El rol del peronismo y de los Estados Unidos en el golpe militar de 1966". (Edhasa, 2006). Nota publicada en CLARÍN, 26 de Junio de 2006.

25.6.06

A 40 años de aquel crimen contra la República


Hace 40 años el Presidente de la Nación Arturo Illia era despojado de su mando y vilmente arrastrado fuera de la Casa Rosada por un grupo de forajidos que se ampararon en el poder limitado de las armas y de la fuerza.

Arturo Illia fue un presidente que moldeó su plataforma de gobierno sobre la honestidad, la libertad y el progreso. Un verdadero ejemplo de democracia liberal, de hecho así lo llamaron quienes lo derrocaron.

Todos los actores de aquel vandálico acto se arrepintieron de haber frustrado la posibilidad de que Argentina retome la senda yrigoyeneana y el ideario liberal de 1853. Las semejanzas con otro evento histórico de reciente data son más que sugestivas. Del Golpe de Estado de 2001 muchos con el tiempo dirán lo mismo.

Al día siguiente de su vil derrocamiento, Illia convocó al Escribano Mayor de Gobierno con el fin de hacer una pública manifestación de sus bienes. El 12 de octubre de 1963, cuando asumió la primera magistratura de la República, poseía una propiedad en Cruz del Eje obsequiada con el aporte de 4000 vecinos que habían contribuido individualmente con un peso moneda nacional, sus útiles de consultorio, un automóvil, y un depósito bancario de 300.000 pesos, mientras que a la fecha de su destitución, seguía teniendo la casa, pero había perdido el automóvil y el saldo del banco. Por otra parte, durante los 32 meses de gobierno, dispuso de 80 millones de pesos anuales para gastos reservados, sobre los cuales no estaba obligado a rendir cuentas. De los 240 millones durante los años 1964, 1965 y 1966, sólo utilizó 20 millones, entre otras cosas para la presentación en Europa de una obra de teatro de Ricardo Rojas, y procedió a reintegrar los 220 millones restantes a la Tesorería General de la Nación.

Había sido presidente de la Nación entre octubre de 1963 y junio de 1966, cuando lo derrocó un golpe militar ante la indiferencia, si no el aplauso, de gran parte de una sociedad que volvía a poner sus esperanzas en las espadas.

En pocos meses el gobierno del dictador Juan Carlos Onganía había entrado a palo y machete en las universidades, rebajado los salarios y devaluado el peso. Se terminaba un país en el que había crecido el producto bruto interno, había mermado la deuda externa y que dedicaba a la educación el porcentaje de su presupuesto más alto de la historia.

Illia no fue, ni por lejos, el político débil, ingenuo, indeciso que sus enemigos, y algunos de sus amigos, pero en especial la propaganda golpista de entonces hizo creer a gran parte de la sociedad. Es cierto que llegó al poder limitado por la proscripción del peronismo y con poco más del veinte por ciento de los votos. Pero las reglas para las elecciones de 1963 no fueron dictadas por Illia y sí fueron seguidas por todos quienes aspiraron a la presidencia, entre ellos hombres con concepciones políticas tan diferentes como el general Pedro Eugenio Aramburu y Oscar Alende.

No fue su supuesta debilidad lo que derrocó a Illia, sino algunas de sus decisiones de gobierno, como la de anular los contratos petroleros que favorecían a empresas norteamericanas, y sancionar una ley de medicamentos que afectaba los intereses de los poderosos laboratorios extranjeros. El proyecto de país de Illia no coincidía con el proyecto que el liberalismo pergeñaba en los cabildeos militares de los que participaba Alvaro Alsogaray, que llegó a proponer a su hermano, el general Julio Alsogaray, para suceder al presidente a derrocar, según el relato del historiador Gregorio Selser en un libro inolvidable, y casi inhallable, "El onganiato".

La historia rescata su austeridad, su honestidad, el haber vivido y muerto en la pobreza. Sin embargo, es la obstinada convicción democrática de Illia el rasgo que mejor lo retrata hoy, cuando su partido atraviesa la mayor crisis de su historia.

Es también la cualidad que se rescató hace veinte años, en los encendidos y tardíos discursos de homenaje con que se honró a un hombre que defendió siempre la democracia, aunque la democracia hubiese sido incapaz de defenderlo. "
Alberto Amato.

Illia , Por Daniel Salzano.

(Publicado en "La Voz del Interior", Córdoba, 25 de enero de 2003.)

De los 63 años que tenía cuando asumió la presidencia, Illia Arturo Umberto había pasado la mitad en Cruz del Eje, donde llegó designado como médico del ferrocarril por Hipólito Yrigoyen.

Se levantaba con el pito de las seis y a las diez había que cebarle un par de mates. Esas cosas en el pueblo se sabían. Lo mismo que el contenido de su guardarropa: una corbata roja con leoncitos y un traje azul marino donde cargaba muestras gratis, apretadas como puños en todos los bolsillos.

A veces le pagaban con gallinas y a veces pagaba él la nafta que consumía la ambulancia. De noche, cuando el cucharón de la luna se derramaba sobre el pueblo, jugaba unas manos al chinchón, se daba una vuelta por el comité y, antes de dormir, leía a Krause. O a Weber. O el Patoruzú.

Cada vez que debía ausentarse para cumplir con sus obligaciones políticas, en Cruz del Eje le organizaban una cena de despedida cuyo menú incluía mayonesa de ave, paella a la valenciana, flan con crema, vino de la casa y agua mineral San Remo.

En 1963 se despidió desde la cabecera con una reverencia y acompañado por dos mariposas que volaban en círculos alrededor de su cabeza, viajó a Buenos Aires para ocupar la Casa Rosada.

Tres años más tarde lo derrocó un batallón de tanques porteños al mando de un general vestido como Patton. Illia lo enfrentó con el traje azul y un ejemplar de la Constitución en la mano. Ríndase, general.

Al cumplirse diez años de su muerte voy a rendirle un homenaje, doctor. Estos son los hombres que lo sucedieron en el cargo desde su destitución: Onganía, Levingston, Lanusse, Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel, Luder, Videla, Viola, Galtieri, Bignone, Alfonsín, Menem, De la Rúa, Camaño, Puerta, Rodríguez Saá y Duhalde.

Ríndanse.

El Golpe a Illia recordado por Marini


Han transcurrido 30 años, un tercio de mi existencia, desde el golpe militar del 28 de junio de 1966 hasta hoy. Faltaban menos de 5 meses para que yo cumpliera 60 años (la edad de un hombre mayor), el mismo tiempo que falta ahora para llegar, Dios mediante, al festejo familiar de mis jóvenes 90 años.
Me parece un lapso suficientemente prolongado, que habrá de permitirme estar en condiciones de emitir un juicio objetivo, sin ningún resentimiento ni reacción partidaria o personal acerca del significado del golpe de los militares de aquella época, liderados por el General Onganía. De todos los asaltos al poder llamados golpes, pronunciamientos o revoluciones que, a partir del 6 de septiembre de 1930, quebraron la normalidad constitucional de la República, éste fue el más absurdo e inexplicable, para no decir injusto. Destituyeron a un presidente intachable, ejemplo de honradez, y de positiva eficiencia, puesto que, en su gobierno, se había elevado el producto bruto interno en más del 25 %, reducido la deuda externa (alrededor de 1800 millones de dólares de un total de 7500 millones), detenido la inflación, que en los seis meses de 1966 alcanzaba solo al 5,4 %, respetando los derechos individuales, la libertad de expresión y afirmado el federalismo, como lo pueden atestiguar los gobernadores de la oposición de aquella época: Deolindo Bittel de El Chaco, Leopoldo Bravo de San Juan, Felipe Sapag de Neuquen, Gabrielli de Mendoza, Durán de Salta y Díaz Colodrelo de Corrientes.
Los golpistas, algunos arrepentidos después, designaron para reemplazarlo a Juan Carlos Onganía, un general reaccionario, admirador del caudillo español Franco, que tenía una idea peyorativa de la política. No estaba en su conocimiento que la mediación entre la sociedad y el gobierno corresponde a los partidos políticos. Por ese motivo suprimió a los partidos políticos y se apoderó de sus bienes. Reemplazó a la Constitución Nacional por el estatuto de la Revolución Argentina, a la soberanía del pueblo por al soberanía de las Fuerzas Armadas, creando, en definitiva, un poder personal absoluto e ilimitado.

¿Cómo pudo ocurrir todo esto tan insólito?:


1.- El Plan de Lucha contra el gobierno radical.

Trataré de explicarlo. Pocos días antes de asumir al gobierno en octubre de 1963, fui saludado a la salida del Comité de la Provincia de la UCR por un ex diputado peronista, quien me felicitó por haber alcanzado la gobernación de la provincia de Bs. As., agregandoa continuación que debía darme una mala noticia: Perón había resuelto un plan de lucha contra el gobierno del Dr. Illia, y el sindicalismo de Vandor y Alonso tenía la instrucciones del conductor máximo para pedir mejoras salariales, tomar las fábricas y lugares de trabajo, y lo mismo en la Administración nacional y de las provincias. Vale decir que a Perón le interesaba alterar el orden. Comprometer la paz social en la República, para que no se consolidara el gobierno del radicalismo en perjuicio de sus propósitos de retomar el Gobierno de la Nación.
Abreviando: el Secretario General de la CGT, Alonso, me pidió una audiencia al mes de asumir el gobierno y me pidió un sueldo mínimo de $12.000 para los empleados administrativos de Bs. As., que estaban en $ 5.000, me parece recordar. Desde luego que era imposible satisfacer semejante pretensión con los recursos del presupuesto. Como yo estaba advertido del plan de lucha, no me costó trabajo deducir que habían empezado las acciones de ese plan. El gobierno bonaerense procedió conforme a derecho, dando intervención ala Justicia en cada caso de violación de la leyes que protegen la seguridad jurídica y la paz social. La policía, cuya jefatura ejercía mi inolvidable y entrañable amigo Juan José López Aguirre, procedió en los casos en que era solicitado el auxilio de la fuerza pública, con gran corrección y evitó entrar en el desorden y la represión.

2.- La dimisión de Onganía impulsa la actividad de los golpistas.
La renuncia del General Avalos a la Secretaria de Guerra, dio origen al problema de su reemplazo. El presidente Illia consideraba que la secretaría de Guerra tenía una función administrativa, que de ningún modo podía chocar ni interferir con la exclusivamente militar del Comandante en Jefe del Ejército. Con este criterio personal, su candidato era el general de Brigada Castro Sánchez. Era necesario conocer la opinión del comandante en jefe. A tal fin el Ministro de Defensa Leopoldo Suarez citó a Onganía, quien tenía su candidato propio. Illia nombra a Castro Sánchez y Onganía presenta su dimisión. Desde esa fecha se aceleraron los intentos golpistas de Pistarini, Alzogaray, Villegas, Fonseca, etc, que culmina con el torpe golpe del 28 de junio de 1966.

3.- La verdadera causa del golpe.
El golpe de 1966 no se produjo por errores ni por tardanzas del gobierno de Illia (criticado por los medios implicados con los golpistas, que inventaron la tortuga, etc.) sino porque el Presidente se negó a dar soluciones políticas que evitasen el triunfo del peronismo en las elecciones de 1967.
Afirmo que esa es la verdad. Como gobernador de la prov. de Bs. As. era interrogado mucha veces por militares de la más alta graduación sobre qué haríamos con el peronismo y siempre contesté que el camino del sufragio estaba abierto para todos los ciudadanos. En nuestra plataforma de gobierno, entre los famosos 7 puntos, estaba la integración del cuerpo electoral de la República. Como radicales no podíamos consentir la proscripción de un importante sector cívico.

4.- El pacto sindical militar:
Era notoria la buena relación entre los dirigentes sindicales y los militares golpistas de Onganía.
Cuando los militares asumieron de facto el gobierno, los descamisados de Perón se pusieron saco y corbata, fueron a la Casa Rosada y ocuparon un palco en el Teatro Colón el 9 de julio de 1966, diez días después del asalto nocturno perpetrado para arrebatarle su cargo al presidente constitucional Arturo Illia.
Pero la historia ya ha dado su juicio.

Dr. ANSELMO MARINI
Ex Gobernador de la Prov. de Bs As. (1963 - 1966)

extraído de: www.historia.radicales.org.ar
y http://ricardobalbin.tripod.com/illia.htm

Velocidad de tortuga



Por Pepe Eliaschev.

Buenos Aires, 25 de junio de 2006. - La tortuga, animal lento, era el estigma de aquel gobierno que derrocaron hace 40 años. ¿Es antiguo pensar hoy en 1966? ¿Resulta una terapia piadosa e irremediablemente obsoleta descubrir en aquellas vilezas muchos de los vicios que hoy nos enceguecen?

El 28 de junio de 1966, un coronel y doce agentes de la Policía Federal echaron al presidente Arturo Illia de la Casa Rosada, a la que había ingresado constitucionalmente el 12 de octubre de 1963.

En su minucioso y formidable “Último acto”, Emilio Gibaja cuenta los detalles sórdidos de aquella operación con la que nació la “revolución argentina”. En las horas de penumbra de aquel amanecer de espanto, las Fuerzas Armadas voltearon a un gobierno civil y entronizaron a Juan Onganía como dictador. Esa tarde, el diario que entonces manejaba el Ejército, La Razón, tituló a toda página, “Ha terminado en la Argentina la era de la democracia liberal”.

Casi nadie derramó lágrimas por aquel golpe. Enseguida supimos quiénes eran y qué querían esos oficiales idolatrados por Jacobo Timerman, Augusto Vandor y Jorge Abelardo Ramos, entre otros. Para los medios, los sindicatos y la izquierda política, el apacible gobierno radical era un miasma indefendible.

Las revistas golpistas publicaban caricaturas supuestamente denigrantes en las que Illia, que al ser derrocado tenía 64 años, era presentado como un enclenque octogenario dando de comer a las palomas de Plaza de Mayo.

La desocupación era inferior al 5 por ciento y al ser derrocado Illia casi la mitad de las provincias eran gobernadas por la oposición: había dos gobernadores peronistas, tres neo-peronistas, tres conservadores y dos desarrollistas. Las proscripciones políticas a comunistas y justicialistas, aplicadas por los militares y por Frondizi entre 1955 y 1963, habían sido levantadas ya en 1964.

Sin embargo, ya para comienzos de ese año se gestó y fue abortado un foco guerrillero castrista en Salta, aventura en la que Cuba y sobre todo Ernesto Guevara estaban muy involucrados. Los sindicatos peronistas, con su “plan de lucha”, se esforzaron por hacer irrespirable el clima social. Una foto de esa época, publicada ahora en Todo es Historia (junio 2006), cuenta el clima de manera inmejorable: se ve en ella a un vigilante de la Federal sosteniendo en ambas manos dos tortugas en cuyos caparazones se había pintado “SOMOS GOBIERNO – UCR”. Las había recogido de la calle, donde las dejaban en para armar pequeñas “movidas” que eran recogidas por la prensa golpista, encabezada por Primera Plana y Confirmado, la revista que publicó Timerman para acompañar la toma del poder: es bueno releer en alguna hemeroteca los nombres de algunos integrantes de esos staffs.

Aleccionada parcialmente por la desgracia, la Argentina corrigió hoy algunos de sus peores vicios. Por eso, mientras que el gobierno de Illia, electo con el 23 por ciento de los votos pero con abrumadora mayoría del Colegio Electoral fue perseguido con el estigma de minoritario y fraudulento, esa suerte no le cupo afortunadamente al de Néstor Kirchner, apoyado en 2003 por el 22 por ciento de los sufragios.

Aquella era “la hora de los hornos”, como pregonaban cineastas revolucionarios y foquistas empedernidos. En Madrid, Juan Perón, según relato de Tomás Eloy Martínez, “justificó, defendió y prohijó” el golpe militar. Es que, como agudamente señala Gregorio Caro Figueroa, la liquidación de la “ficción” democrática y constitucional todo lo justificaba, de izquierda a derecha.

Fascistas y marxistas se regocijaban de la melancólica salida del gobierno de un hombre echado con un pelotón de la Guardia de Infantería de la Federal, pero poseedor de una dignidad civil insuperable. “El país comenzó a hundirse en el abismo abierto por aquellas demandas revolucionarias empeñadas en menospreciar las señales de una situación económica mundial que, favorable a la Argentina, podían proporcionar una razonable base de sustentación a un reformismo menos estrepitoso pero quizá posible” sostiene Caro Figueroa.

La actualidad de aquel golpe es palpable. La Argentina tiene un viejo romance con la velocidad y con los gobiernos “ejecutivos”. Tiene, también, un viejo desdén por restricciones y equilibrios a los que estigmatiza como resabios de formalismos obsoletos, meros frenos impuestos a un gobierno popular.

Dentro de 72 horas, el miércoles 28, se evocarán los 40 años del inútil y premonitorio derrocamiento de un gobierno democrático. La noción de que solo los terremotos fundacionales fecundan mejores realidades trajo décadas de atraso y horrores. “La idea de refundar al país a partir del cataclismo se propagó como endemia” define Caro Figueroa.

¿No tendrá el Dr. Kirchner un breve momento este miércoles, para desagraviar en público al presidente Illia y compensar históricamente al menos una de las tantas falencias capitales del peronismo?

© pepe eliaschev

Columna publicada el diario Perfil, domingo 25 de junio de 2006